Margarita C. llegó puntual a la consulta. Hacía unos tres o cuatro años que no venía por allí. La consulta empezó con un saludo y un par de preguntas generales mientras íbamos de la sala de espera a la de tratamiento.
– “¿Y qué te trae por aquí esta vez, Margarita?”
– “Ay, hijo, el pie otra vez. Lo tengo fatal, no puedo ni caminar. Bueno, ya has visto como camino.”
Efectivamente Margarita cojeaba ostensiblemente, evitaba la carga sobre el pie izquierdo, y además, venía calzada con unos zuecos porque según decía, cualquier cosa que le tocase la zona de detrás del talón, la mataba.
Cuando le pedí que me contase un poco más sobre su problema, me dijo que llevaba con dolores desde hacía cuatro o cinco meses, que habían aparecido asociados a un aumento de carga (bueno, esto no lo dijo ella, lo que ella dijo es que había estado un mes fuera, y había subido más escaleras de las que subía habitualmente), primero en la zona de la planta del pie y que luego habían pasado a la zona posterior del talón izquierdo. Los dolores al principio eran soportables, pero en los últimos dos meses habían ido a más y había acabado por ir al médico. Diagnóstico: fascitis crónica.
– “Me ha dicho el médico que me vaya acostumbrando. Que esto, a mi edad (67 años) va a estar siempre ahí, y que no hay mucho que hacer. Que ande poco. ¡Yo! Qué ya sabes tú que tengo que cuidar a mi madre, que la pobre sola no se puede ni mover. En fin, que me ha dado unas pastillas (antiinflamatorios), una crema para que me la eche todas las noches (traummel) y eso, que camine poco.”
– “¿Y qué tal estás?”
– “Pues cómo voy a estar, jodida. Pero el médico tiene razón. Me tengo que acostumbrar a vivir con esto. Y es verdad que después de ir al médico me acordé que hace tres o cuatro años ya me pasó lo mismo en el mismo pie, pero que me estuviste tratando y la verdad es que hasta ahora no me había vuelto a molestar. Así que, aunque esto no se me vaya a quitar, si en vez de estar ahora cuatro años sin dolor, estoy cuatro meses, pues bueno, me aguanto. Pero ya se que esto no va a mejorar nunca”.
Repasé su historia. Era cierto. Allí estaba todo. Casi igual. Mismo aumento de carga, mismo patrón de dolor, intensidad, evolución. También estaba el tratamiento realizado y los resultados obtenidos. Remisión total en tres sesiones (un mes) y pauta de ejercicios para otro mes. Todo CASI igual.
– “Margarita, ¿por qué crees que esto no va a mejorar nunca?”
– “Pues porque ya me pasó. Y porque me han dicho que esto es crónico.”
– “¿Puedo hacerte una pregunta?”
– “Claro hijo, las que tú quieras.”
– “El OTRO pie, en estos cuatro años, ¿qué tal ha ido? ¿te ha molestado algo? ¿dolor, cojera…?”
– “No, para nada. Nunca me ha dado problemas.”
– “Margarita, voy a contarte una cosa. Mira tu historia aquí. ¿Ves que pie te molestaba hace cuatro años?”
– “¡¡¡¡Anda!!!!! ¿Era el otro pie? ¿Seguro?”
***
Margarita volvió la semana siguiente. Estaba mucho mejor, después de la primera sesión se fue a casa y comprobó, que efectivamente, hacía cuatro años el pie que le había molestado era el derecho. Cojeaba menos y estaba más tranquila porque ahora pensaba que su problema no era crónico, que podía mejorar. No podemos afirmar que fuese el cambio de expectativas o el tratamiento lo que hizo que se encontrase mejor. Tampoco sabemos cómo estará dentro de dos o tres años. Pero esta historia (completamente verídica) sí que nos puede hacer pensar en varias cosas… los recuerdos del paciente no siempre son correctos, las expectativas de curación son importantes al menos casi como la propia terapia y escribir y leer en las historias clínicas sirve…
Luis Torija Lopez
Miembro del Grupo de Investigación en Dolor Musculoesquelético y Control Motor
tmouniversidadeuropea@gmail.com