…“Todo está en su cabeza”

“Su problema es emocional”

“Tiene que aprender a relajarse”

“Su cuerpo está somatizando”

“Tiene que acostumbrarse a vivir con el dolor”

“Su enfermedad no tiene cura”

“Le haremos otra prueba de imagen”

“Debería darse de baja unos meses”

“Tiene que moverse”

“No debe quedarse en la cama”…

 

Estas son algunas de las frioleras afirmaciones a las que tienen que hacer frente diariamente muchas de las personas diagnosticadas de Fibromialgia (FM), complicado síndrome de causa desconocida que afecta a más de 1 millón de personas en España y cuyo síntoma característico y principal es el dolor generalizado, acompañado de la fatiga (75%), trastornos cognitivos (76%), alteraciones del sueño (70-90%), ansiedad y depresión (27-60%), entre otros.

La invisibilidad del dolor y de los principales síntomas de la FM, unida a la gran imprevisibilidad y variabilidad en la aparición y evolución de los mismos, dificulta en muchas ocasiones la aceptación de la realidad por parte de médicos, familiares, amigos y entorno social, actuando como fuente adicional de estrés y angustia para las personas afectadas.

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Y es que no es fácil y cuesta imaginar la idea de “tener dolor en prácticamente todas las articulaciones y músculos del cuerpo”, “estar continuamente agotado como si de una fiebre invalidante se tratase”, “no poder dormir bien y/o estar depresivo durante días, semanas, meses y años”; y es por ello que una de las herramientas terapéuticas más poderosa en el abordaje de este problema, y que continuamente se nos olvida, será la empatía y humanización de nuestro tratamiento.

Porque en ciertos momentos un abrazo, una sonrisa o un silencio que denote comprensión, vale más que todo una vorágine de terapias diferentes sin un sentido ni razonamiento…

 

 Las personas con FM sufren, como consecuencia de los síntomas mencionados, un importante deterioro del estado de salud global auto-percibido, se vuelven comúnmente incapaces para desarrollar su trabajo e informan de restricciones en las actividades de la vida diaria, recreativas y de ocio. Todo ello genera una dolorosa pérdida de la calidad de vida y, aunque no presentan un mayor riesgo de mortalidad directo, sí que muestran un aumento del riesgo de muerte por suicidio y accidentes en comparación con la población general.

El dolor, síntoma más común aunque no siempre el más importante, es descrito a menudo como difuso, palpitante (área sensorial), agotador y miserable (área afectivo-evaluativa). Como ya sabemos, el dolor en situaciones agudas constituye un sistema de alarma perfecto, cuya finalidad principal es la protección frente a un daño de la estructura corporal, promover la cicatrización del tejido en caso de que se vea afectado y, en definitiva, la curación y homeostasis. Pero, ¿qué ocurre en situaciones de dolor crónico y, por ende, en la FM?

A pesar de la controvertida etiopatogenia de esta enfermedad, lo que sí conocemos hoy día es que el sistema nervioso (SN) de las personas con FM se encuentra hipersensible y mal adaptado, ha “aprendido y memorizado” el proceso de transmisión de información través de las vías nociceptivas y lo hace de forma continua. Esto da lugar a que interprete de manera errónea y amplificada el dolor (hiperalgesia), tanto en intensidad como en expansión, convirtiendo incluso en dolorosos aquellos estímulos que en situaciones normales no lo son (alodinia). A ello se le suma un mal funcionamiento de algunos de los sistemas analgésicos endógenos que actúan como “filtro” de dicha información nociceptiva y, por tanto, una alteración en la modulación del dolor.

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En cuanto al tratamiento de la FM, existe un acuerdo general entre los expertos de la necesidad de un enfoque multimodal e integrador. De entre las numerosas propuestas de intervenciones estudiadas y empleadas en el tratamiento de la FM, destacamos el Ejercicio Físico.

Y es que en este síndrome no sólo se ve afectado el proceso de transmisión, modulación e interpretación del dolor por parte del SN, sino que además se altera el funcionamiento de otros sistemas importantes para el bienestar del organismo como son el eje Hipotalámico-Pituitaro-Adrenal (HPA) o eje de estrés, el SN autónomo, así como el sistema inmunológico; los cuales son altamente dinámicos, se retroalimentan y presentan complejas interacciones entre sí y con el SN, siendo su regulación igualmente muy compleja.

 

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Sobre la base de esto, se postula que el conjunto nervioso-endocrino-inmune forma un único sistema global, o supersistema, que responde como un todo a la experiencia subjetiva multidimensional del dolor, y su desregulación predispone significativamente al dolor crónico.

Pues bien, el Ejercicio Físico constituye la forma más rápida y directa de actuar sobre dicho supersistema promoviendo su correcto funcionamiento, comunicación y equilibrio. Es más, el ejercicio ha demostrado ser una herramienta muy eficaz sobre el control y la inhibición del dolor y sus brotes (véase El ejercicio físico: el analgésico del siglo XXI), y a nivel experimental se han informado múltiples mejoras sobre la fatiga, calidad del sueño, factores psicológicos (fundamentalmente ansiedad y depresión) y cualidades físicas (fuerza, flexibilidad, equilibrio, capacidad aeróbica, etc.) de personas con FM, generando todo ello un aumento de la calidad de vida relacionada con la salud.

Las intervenciones con ejercicio también han demostrado mejorar el rendimiento de los humanos en ciertas habilidades cognitivas, reportándose resultados positivos en la memoria, atención, velocidad de procesamiento y funciones ejecutivas, frecuentemente afectadas en la FM.

Consecuentemente a la disminución de la sintomatología y mejora de la calidad de vida, podemos relacionar una mayor autonomía de las personas en la realización de actividades de la vida diaria, actividad física, la prevención de problemas crónicos adicionales derivados del sedentarismo y una menor dependencia al tratamiento farmacológico y a los servicios sanitarios.

Cabe destacar que el entrenamiento mediante ejercicio ha de ser guiado por personas especializadas y de manera individual en cuanto al tipo y dosis se refiere, pues no todo vale. Además, para la motivación y adherencia del paciente al tratamiento con ejercicio será crucial el asesoramiento, establecimiento conjunto terapeuta-paciente de los objetivos a los que va dirigido y, en definitiva, el conocimiento profundo sobre todo lo aquí mencionado, entre otros aspectos.

La Educación en ejercicio, por tanto, será indispensable. La persona ha de saber de forma clara y concisa el por qué y para qué realiza ejercicio, ser consciente de los efectos que ello tiene sobre su organismo, la importancia y beneficio de que se produzcan tales efectos, incluso poder ver los resultados que está obteniendo y su evolución. Sólo así cambiará su afrontamiento, disminuirá su kinesiofobia y aumentará su autoeficacia y locus de control tanto frente al ejercicio físico, como de cara al tratamiento global y a su mantenimiento o recuperación.

Por último, y por enlazar con el inicio de este post, quizás deberíamos reflexionar sobre la importancia de conocer y poder responder con criterio científico y clínico a las principales preguntas que se plantean la mayoría de los pacientes con FM en lugar de generarles otras muchas dudas y miedos. Entre ellas, según Louis Gifford y Lorimer y Butler, estas son de las más frecuentes:

…“¿Qué me pasa?”

“¿Cuánto tiempo me llevará estar bien?”

“¿Qué puedo hacer yo para sanarme?”

“¿Qué puede hacer el fisioterapeuta para ayudarme?”

“¿Cuánto me va a costar?”

“¿Tengo alguna cosa grave que requiera de una atención especial?”

“¿Qué significado tienen los resultados de la exploración física, radiografías, tomografías y resonancias que me han hecho?”…

Juan Montaño Ocaña.

Fisioterapeuta.

Miembro del Grupo de Investigación Dolor Musculo-esquelético y Control Motor UE.

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